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Domingo 17 de Marzo de 2013 22:07

IBERIA

por Juan Pedro Escanilla
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Iberia es uno de esos elementos que han estado desde siempre en el decorado de mi vida.

Quizás porque crecí a la sombra del luminosos parpadeante de la avenida de América en Madrid, que se veía desde el balcón del cuarto de mi abuelo y en el que leí mi primera palabra en inglés: Fly Iberia;

Quizás porque algún domingo por la tarde mi familia me llevaba a tomar café (ellos, yo un refresco de naranja) a la terraza del aeropuerto de Barajas, que entonces daba directamente sobre las pistas permitiendo a los no pasajeros contemplar las maniobras de despegue y aterrizaje y desde la que en alguna ocasión vi, bajando por la escalerilla de un avión y envueltas en cierto aire de misterio, a mis primas que vivían en Suecia;

Quizás, en fin, porque la hermana mayor de un amigo era azafata y, aparte de que le traía de los sitios más diversos chucherías y juguetillos que no se encontraban en Madrid, nos hablaba de ciudades diferentes, de personas de color y de costumbres exóticas que tenían a toda nuestra cuadrilla con la boca abierta.

Para mi, acostumbrado a viajar del pueblo a Madrid en trenes renqueantes de vagones de madera cuya carbonilla se te metía en la ropa, en el pelo y en los ojos en cada túnel, y en unos autobuses con mas pasajeros que asientos, lo del avión me parecía una puerta a todo un mundo de fantasía: De sitios a los que escapar; De gente para conocer. Si hay un material del que estén hechos los sueños, los míos de viaje y aventura tenían sus sólidos cimientos en el logo de Iberia y en sus folletos de las agencias de viaje.

Ni que decir tiene que el primer viaje en avión que hice, ya mayorcito, fue con Iberia y con Iberia he viajado desde entonces en bastantes ocasiones, no tantas como para conseguir algo con mis puntos (siempre caducan antes de llegar a juntar los suficientes) pero si las suficientes como para haber visto su deterioro, lento pero inexorable.

Acurrucada al calor de la lumbre del Estado; engordada su plantilla de mandarines con paniaguados de toda procedencia y carcomida por un sindicato de señoritos, el SEPLA, ignorantes de algo que sabe hasta el campesino más humilde de mi pueblo, que el que se carga la cabra no vuelve a ordeñarla nunca, Iberia era como esos gatos domésticos que, acostumbrados a recibir sin esfuerzo la ración de leche y galletas, sueñan que cazan ratones mientras destrozan la tapicería del sofá del salón.

Sobreprotegida como un niño enfermizo, estaba condenada a que, al pisar el primer día el patio del colegio, el grandullón de turno le comiera la merienda. Y así ha sido. Una cruz más en el pasivo de toda una sucesión de gobiernos que han actuado en esto de la globalización con la estúpida fe del converso dejando a las empresas, sobre todo a las públicas, sin la más mínima preparación en un apurado ¡Sálvese quien pueda!

Ahora que Iberia se hunde lentamente como un gran paquebote pero sin orquesta de violines, no puedo impedir una cierta nostalgia de aquel glamour de NO-DO y escribo este post para dedicarlo a todas las manos pequeñas que contribuyeron a mantenerla en pie: mecánicos, empleados, azafatas y muchos otros que ahora pagarán los platos rotos de un ERE que ni siquiera durará mucho tiempo en los periódicos puesto que, crisis obliga, no será sino uno más en una larga sucesión de empresas y sectores.

Y para dejar constancia de que un día hubo en España una compaña aérea que viajaba a los cinco continentes.

Juan Pedro Escanilla

Juan Pedro Escanilla

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