¿Os imagináis que habrían pensado nuestros padres o abuelos si les hubieran vaticinado que sus hijos o nietos irían a todas horas con un teléfono en el bolsillo y que con tal artilugio podrían no solo hablar con otras personas sin necesidad de cables sino también recibir mensajes de texto, hacer fotografías y enviarlas a otras personas, consultar el tiempo, participar en juegos, pedir un taxi e infinitas otras muchas cosas? Posiblemente no se lo habrían creído, como mi abuela, nacida en 1889, nunca se creyó que el hombre hubiera llegado a la Luna, pese a que le dio lugar a verlo en televisión (por cierto he leído que los teléfonos de la última generación tienen la capacidad de cálculo del sistema informático que en 1969 permitió a la NASA enviar el primer hombre a la Luna).
Pues cosas más increíbles que sobrepasan todo lo imaginado pueden ya hacer nuestros “smartphones” convertidos en la tecnología más popular de nuestra historia. He leído que actualmente la mitad de la población mundial, esto es 3.600 millones de seres dispone permanentemente de un móvil y que en los países desarrollados, fácil constatación, cada usuario dispone de más de una tarjeta SIM. El móvil se ha convertido en una herramienta universal y hasta los desesperados que huyen de guerras y calamidades sin cuento y que cruzan mares y fronteras prácticamente con lo puesto exponiendo sus vidas, se les ve en cambio, cuando con fortuna llegan a su destino, hablando de inmediato con el móvil.
A la gente, sea de un mundo o de otro le chifla el móvil y en nuestra sociedad opulenta nos hemos acostumbrado a él de tal manera que nos sentimos desnudos si salimos a la calle sin llevarlo consigo. Lo miramos cada pocos minutos e interrumpimos las conversaciones o la escritura para atenderlo (perdón, que ahora mismo me está sonando). Por eso no es extraño que los expertos hayan dado la voz de alarma y alertado de los riesgos que para nuestras mentes y conductas comporta el uso desaforado del móvil. Se quejan los padres de que sus hijos adolescentes estén enganchados al móvil las veinticuatro horas, ignorando cuanto les rodea, pero también los mayores estamos muchas veces prendidos del invento manteniendo con amigos, conocidos y desconocidos, “chácharas banales” que en otra época nos hubieran avergonzado.
Parece ser que ya hay en muchos países centros de desintoxicación tecnológica para personas que no pueden vivir ya sin sus móviles, tabletas u ordenadores. Su lema es “Desconectar para reconectar” y a uno que pretende ser un usuario siempre atento a que la distracción no se convierta en adición, preocupa este estado de cosas y quiere compartirlo con los lectores para que estén alerta, pues está en juego nuestra salud, inteligencia y quién sabe si el porvenir de las generaciones futuras.