Cuando los antiguos egipcios morían, al menos los que tenían medios para hacerse embalsamar, se presentaban ante Osiris quien ponía en un platillo de una balanza el corazón del difunto y en el otro una pluma. Sólo si ésta lograba vencer el peso del corazón lastrado con todos sus pecados el difunto era admitido al más allá. Un más allá más aburrido que el paraíso de los musulmanes y menos relajante que el cielo de los cristianos pero más allá al fin y al cabo.
Si algún día hubiera que buscar con urgencia una pluma blanca para salvar el alma del presidente Rajoy yo traería a colación esta pequeña frase, tan breve como redonda, pronunciada en el fragor de la batalla mediática a propósito de la excarcelación, por motivos de salud, del etarra Bolinaga: “Nadie debería morir en la cárcel”.
Creo que fue sincero. Para un hombre acostumbrado a tratar de escurrirse entre las rendijas de los problemas, esta vez lo dijo claro y, visto lo que le estaba cayendo desde su propio bando, con un valor que raras veces se le supone: No es Salmerón, dimitiendo para no firmar unas condenas a muerte, pero algo es algo.
Creo que en alguna ocasión ya he manifestado mi opinión sobre el clima actual de tendencia generalizada al endurecimiento de las penas (¡que se pudran en la cárcel!) y la sobreactuación de las víctimas, así que me detendré en el aspecto ideológico de la cosa.
Tenemos tendencia a ser comprensivos con los que consideramos “los nuestros” y duros con los otros. Es relativamente normal. Los que para unos son libertadores para otros son terroristas, desde Espartaco hasta el Vietcong pasando por el Empecinado.
Pero es un error. Si nos empeñamos en ver los crímenes bajo el prisma de nuestra ideología (vale lo mismo si se trata de nacionalismo, de clases sociales o incluso machismo vs igualitarismo) admitimos implícitamente que un mismo crimen puede ser execrable para unos y disculpable para otros. También contaminaremos todos los procesos relacionados con ese crimen, desde la persecución policial hasta la forma de cumplir la condena y todos los mecanismos que el Estado de derecho ha puesto en marcha para asegurar un tratamiento imparcial y garantista de la justicia penal se vendrán abajo. ¿Cómo extrañarse de que algunos digan que Guantánamo es un balneario?
El necesario proceso de normalización en el País Vasco después de los años de plomo de ETA pasa también por una normalización de los presos. Mantener abierto un conflicto sobre “privilegios carcelarios” no sirve más que para dar excusas a que no se cierren otros. De alguna manera, y sé que esto puede levantar alguna roncha, hay que convertirlos en presos “comunes”. Insistir en que son diferentes, aunque sea para tratarlos con más rigor, no es sino confortarlos en su status de gudaris mártires de la causa.
Pero hay más: La ideología no puede permear el tratamiento penal de los criminales sin riesgo de criminalizar la ideología y eso, en democracia, es inaceptable: Renunciando a comportamientos criminales para obtener sus fines, cada uno puede pensar lo que quiera.
Un secuestro es un crimen, un asesinato también y, por cierto, una estafa también. Los que cometen esos actos son criminales y como tales hay que tratarlos sin buscar otras agravantes o atenuantes que las que permite la técnica procesal penal. El Estado ha logrado imponerse a ETA cuando no se ha apartado ni un ápice del derecho, no porque tuviera o no unos buenos servicios de policía, que algo hace, sino porque así se ha cargado de legitimidad.
En un Estado moderno los objetivos del sistema penal son la rehabilitación y la reinserción, pero nadie puede rehabilitarse ni reinsertarse si muere en la cárcel.
Por eso le agradezco a l presidente esa frase y espero que sea consecuente con ella.