(Microrrelato)
Después de unos días tranquilos, llegó Julio al habitual lugar de celebración de la semanal tertulia y, cabizbajo y con voz queda, refirió que cuando había despertado esa misma mañana se había encontrado en su dormitorio con una placa-reluciente y luminosa toda ella-ubicada encima de una mesilla de noche, placa que él, de ninguna manera, había allí colocado.
Tras la indiferencia mostrada por los contertulios en relación a su relato, Julio-al objeto de que los colegas pudiesen calibrar la magnitud del suceso, pues de un suceso, sin duda, se trataba-añadió que la refulgente placa albergaba, como una suerte de lema y hasta de alarma, una sola palabra y ésta era la de DESIGUALDAD, así, con mayúsculas, lo que resultaba, se comprenderá, profundamente irrespetuoso, intrínsecamente perverso y constituía una muestra más de la posverdad cuando, en estos lares, por el contrario, la igualdad se había abierto un anchuroso, incontestable e irreversible camino.
Conviene, en cualquier caso, advertir antes de continuar con este relato, que Julio, que disfrutaba de una desahogada posición económica, en ese mismo auditorio había defendido recientemente-ante tanto derrotismo que nos invade- y con formas rayando en la vehemencia, que la Humanidad en su conjunto estaba poniéndose a la altura en temas de igualdad comportándose de forma solidaria y que, claro está, persistiría en la consecución de un contexto social más justo. Nada hacía presagiar lo contrario.
La cuestión es que los contertulios, después de la intervención de Julio, argumentaron unánimemente que acaecía que, amparándose en una torticera lectura de la globalización, la desigualdad-cual fantasma que recorre el mundo y que ha llegado, tiene toda la pinta, para quedarse-se había incrementado últimamente al concentrarse los dineros en muy pocas manos, ampliándose la distancia entre “los de arriba” y “los de abajo” y originándose, de esta guisa, no pocas ronchas en el principio de igualdad aumentando notoriamente los niveles de pobreza y de exclusión social de la población. Concluían, en fin, los contertulios, ante estas circunstancias, que lo que procedía era que los poderes públicos adoptasen medidas urgentes de redistribución social de los caudales públicos en aras al logro de un equitativo reparto de “la tarta” de los Presupuestos entre, con perdón, las clases sociales y es que a alguno le suenan esos últimos términos a algo antiguo, ya superado.
Pero, haciendo caso omiso de lo expuesto por sus colegas, Julio, en modo autista, continuaba embebido en su tema preguntándose en voz alta cómo era posible que la refulgente placa de marras hubiera aparecido en su dormitorio portando tan indignante slogan, dormitorio en el que, por otra parte, nadie, salvo él, desde ayer, había entrado. Y los integrantes de la tertulia le dijeron que el hecho acaecido por él comentado no era, ni mucho menos, tan inusual y que en esta era digital-en la que las ciencias adelantan que es una barbaridad- y con la inteligencia artificial y la robotización subidos al escenario, las máquinas y objetos pueden gozar de autonomía expresando opiniones y reivindicaciones, rebelándose de su destinada pasiva condición, y, es más, hasta constituirse en motores de concienciación social, tal y como había sucedido, sin duda, en este supuesto.
Mas toda esa explicación de los contertulios devino en inútil por cuanto Julio se mostró escéptico, más bien negacionista, ante esas réplicas y, aterrorizado por la hipótesis de la amenaza que comportaba una sociedad dominada por máquinas en la que iría a alojarse hasta, ! ay!, la soberanía nacional, abandonó la reunión con la mirada perdida y farfullando.
Cuando Julio al día siguiente despertó el caso es que la centelleante placa, que había retirado de su sitio, precautoriamente el día anterior, estaba, de nuevo, en su dormitorio, colocada encima de la misma mesilla de noche e incorporando la voz DESIGUALDAD, así, con mayúsculas, imperturbable y, como se diría, hasta altanera…Y es que la desigualdad proseguía allí.
Fernando Díaz de Liaño y Argüelles Febrero 2023