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LA LENGUA ESPAÑOLA: UNIDAD EN LA DIVERSIDAD

 

Mª Angeles Viladrich

Un ilustre periodista ha dicho que los hispanohablantes somos como ciegos sentados ante un tesoro. A veces no somos conscientes de ese tesoro: más de 500 millones de personas hablan español en el mundo, y de esa cifra 456 millones tienen el español como lengua nativa.

El español actual proviene del antiguo castellano, que era al principio solo una más entre las lenguas romances que surgían en los territorios desgajados del antiguo Imperio Romano. En Hispania, a pesar del esfuerzo integrador que acompasaba su marcha al paso de las legiones, aún se conservaban importantes vestigios de las viejas lenguas celtas e íberas y palabras de raíces fenicias y griegas.

Durante la alta edad media el lenguaje hablado fue distanciándose del latín clásico, incorporando palabras procedentes del germánico y del árabe y acuñando nuevas formas de expresión hasta adquirir una personalidad propia.

 

 

El nuevo idioma nació espontáneamente entre las gentes que se entrecruzaban en los caminos del norte de Castilla, en las fértiles llanuras riojanas y en las márgenes aragonesas del Ebro. Eran comerciantes que ofrecían lejanos productos, juglares que entonaban trovas de amor y recitaban cantares de gesta, o familias que huían asustadas, expulsadas de sus tierras por el hambre o por las guerras. Y de la necesidad de comunicación entre aquellas gentes de lenguas distintas y diferentes acentos, nació el español primitivo, al que el eminente lingüista Ángel López García ha definido de una forma bellísima: el rumor de los desarraigados.

En un momento impreciso de la historia, allá por el siglo X, aquella extraña mezcla saltó del habla a la escritura en los interlineados de unos monjes anónimos en los Cartularios burgaleses de Santa María de Valpuesta y en las Glosas Emilianenses de San Millán de la Cogolla.

El castellano fue difundiéndose por el territorio peninsular a medida que avanzaba la Reconquista y se repoblaban nuevos territorios. Lo llamaban “lengua vulgar”, pero de las clases vulgares, del pueblo, pasó a las restantes clases sociales, y quedó plasmado en las traducciones prealfonsinas de la Biblia, en los poemas, en los libros de caballerías, en los relatos de los cronistas reales, en las leyes y en los fueros otorgados a villas y ciudades. Poco a poco consiguió abrirse camino en las Universidades, donde los estudiantes lo introducían a escondidas de sus profesores, intercalando frases que aclaraban los abstrusos textos oficiales en latín.

En 1492 el idioma español dio un salto de dimensiones incalculables: Noventa hombres cruzaron el Atlántico en tres naves y pusieron el pie en un nuevo continente. El castellano llegaba a América. Y llegaba para quedarse. Otros dos hechos históricos habían tenido lugar ese mismo año: la expulsión de los judíos y la conquista del reino de Granada, Luces y sombras de la Historia: estos dos hechos también contribuyeron a la difusión de la lengua por Europa y por el norte de África, gracias a aquellos sefarditas y andalusíes que no pudieron llevarse consigo su patrimonio económico pero a los que nadie logró arrebatar su patrimonio cultural. Y, curiosa coincidencia, también en ese mismo año de 1492, Antonio de Nebrija, un andaluz que había estudiado en Salamanca y en Bolonia, publicó la primera Gramática Castellana y un Diccionario Latino-Español, sentando así las bases de la unidad en la diversidad.

La consolidación del español continuó y nuestra querida Universidad Complutense fundada por el Cardenal Cisneros desempeñó un papel fundamental. El contacto con otros países europeos propiciaba la introducción de nuevos términos. Del arte y la literatura italiana proceden soneto, lira, fachada, escorzo…. De la Francia cortesana, galicismos como paje, jardín, jaula, reproche De tierras de Flandes, el bacalao o los diques.

¿Y mientras tanto, qué pasaba en América? Dos mundos, que habían vivido de espaldas, sin conocerse, de pronto se habían encontrado. Y los españoles conocieron civilizaciones distintas, con distintas culturas y distintos idiomas. De nuevo surgió la necesidad de comunicarse. Por ello los misioneros escribieron diccionarios para la traducción de las lenguas indígenas y los juristas elaboraron textos para la gobernanza de las nuevas tierras. El idioma español se enriqueció con nuevas aportaciones: en él entraron palabras procedentes del quechua, del guaraní, del mapuche, del arawak, del náhuatl, del maya…. Descripciones de otras realidades: pampa, puma, cóndor, alpaca, coyote, canoa, maíz, tomate, cacao, aguacate, chocolate, cacique, enagua, colibrí, tiburón, huracán… Animales, productos y palabras exóticas, que traían resonancias musicales y evocaciones mágicas al seco paisaje de la Meseta castellana

El idioma continuaba creciendo. Gentes de tierras distantes piensan, se expresan y escriben en la misma lengua. De la Polinesia vendrán los tabúes y los tatuajes. Los filipinos aprenderán a contar introduciendo los nombres españoles de los números en el tagalo. En la floreciente ciudad de Alcalá de Henares, en 1547, nace Miguel de Cervantes y, en 1611, Sebastián de Covarrubias publica el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, nuestro primer diccionario español monolingüe, intentando recoger todos los conocimientos de la época. Comienza así el periodo que ha sido llamado el Siglo de Oro. Gongorismos y conceptismos juegan con las palabras creando floridas imágenes y atrevidas combinaciones sintácticas y la literatura universal se enriquece con nombres surgidos a ambas orillas del Atlántico.

En el siglo XVIII, con la Ilustración, hace exactamente trescientos años, Felipe V funda la Real Academia Española. Pero aunque sigue el modelo de la Academia Francesa presenta una importante diferencia de concepto: no se busca la homogeneización del lenguaje. Por el contrario, se reconoce su riqueza léxica, y en el diccionario entran voces de distinta procedencia y utilizadas en diferentes países pero con los mismos significados: Unidad en la Diversidad.

El XIX traerá nuevos desafíos de la mano de los adelantos científicos y el XX recibirá un nuevo impulso con la expansión de las comunicaciones a nivel mundial que tendrán un impacto considerable en todos los idiomas. El alemán adquiere protagonismo de la mano de filósofos y juristas. El italiano utiliza la música como vehículo para su expansión. El francés, que había sido la lengua de los diplomáticos, es desplazado por el inglés, impulsado por el auge económico de los Estados Unidos de América, y se convierte en la lengua de los negocios. El latín, que ya estaba relegado al ámbito religioso, se ve aún más restringido con la introducción de las lenguas vernáculas en los ritos litúrgicos. Y en este contexto, el español se inunda de neologismos, algunos con raíces clásicas, rastreadas del latín y del griego: televisión, psicoanálisis, termómetro, célula, átomo… Otros son anglicismos más o menos castellanizados: radar, compacto, casete, bluyín…. La lengua hablada continúa evolucionando y la lengua escrita que es su reflejo se enriquece con las obras de grandes escritores mundialmente reconocidos nacidos en distintos continentes.

¿Y cuál es el panorama del español en el siglo XXI? La irrupción de las nuevas tecnologías ha supuesto otra forma de relacionarse y ha dado lugar al nacimiento de una nueva forma de escritura, más simplificada y compacta, donde los jóvenes crean nuevos símbolos que se añaden al antiguo alfabeto. Los ordenadores no solo leen y escuchan, sino que comprenden, corrigen errores de ortografía o de sintaxis, rompen la barrera entre oralidad y escritura, traduciendo a texto las palabras habladas y poniendo voz a los textos escritos, e incluso convierten el lenguaje coloquial en información estructurada y se permiten analizar nuestros sentimientos rastreando los tuits y los comentarios en los blogs.

Y volviendo a la geolingüística: España tendrá siempre el privilegio de ser cuna de nuestro idioma, pero frente a sus 47 millones de habitantes, Méjico tiene cerca de 120 millones y Argentina es el territorio más extenso de las naciones hispanoparlantes. El 90 por cien del español se habla en América. Citando al ilustre lexicógrafo mejicano Luis Fernando Lara Ramos, el español es una lengua policéntrica, ya que tiene tantos centros como países de habla española. Y es un idioma multipolar, cuyos focos de expansión están en distintas ciudades: Madrid, Barcelona, Buenos Aires, Ciudad de México, Lima, Santiago, Bogotá…., capitales que cuentan con pujantes empresas editoriales y que irradian diferentes maneras de hablar español al resto de los países hispanohablantes. Y así, mientras unos viajamos en autobús, otros viajáis en guagua o en ómnibus o en colectivo o en camioneta, pero todos vamos en el mismo vehículo. Heterogeneidad cultural que se proyecta sobre la lengua compartida. Influencias y confluencias. Unidad en la diversidad. Y esa es nuestra riqueza común, porque el español, como todo organismo vivo, seguirá creciendo y cambiando, adaptándose a las nuevas exigencias y enriqueciéndose con nuevas aportaciones, constituyendo un bello y potente instrumento literario, científico, jurídico y, naturalmente, administrativo.

 

 

 

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