Martes 23 de Octubre de 2012 15:21

DESCOSIENDO ESPAÑA

por Juan Pedro Escanilla
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Donde no hay harina todo es mohína. Ahora que con la crisis arrecian las invectivas de unos y otros y sube el tono de los despropósitos en el intercambio de “ideas” entre catalanistas y españolistas, no está de más recordar que el problema del entramado político -territorial en la península Ibérica viene de muy lejos y que lo que hoy llamamos España es el fruto de unos acontecimientos históricos determinados, algunos de los cuales estuvieron en un tris de tener consecuencias muy diferentes.

TV1 lleva unas semanas recordándonos la querella dinástica entre Isabel, luego conocida como la Católica, y Juana, llamada la Beltraneja. Si el azar de las batallas y las alianzas entre nobles hubiera dado otro resultado, lo que hoy llamamos España se compondría quizás de los antiguos reinos de Castilla y Portugal (ambos surgidos a su vez de la desmembración del de León) y Aragón, por su parte, seguiría independiente o habría caído en la órbita francesa. Es más, la unión entre Aragón y Castilla estuvo en entredicho durante el escaso tiempo que vivió Juan, príncipe de Gerona, hijo de Fernando de Aragón y Germaine de Foix, segunda esposa de aquel.

Los reyes Católicos nunca fueron reyes de una España unida. Fernando nunca fue rey de Castilla (llegó a ser regente) ni Isabel lo fue de Aragón. La unión de sus dos coronas fue en sus descendientes una simple unión dinástica de forma que cada reino mantuvo sus leyes e instituciones, incluidas Cortes, en un sistema de gobierno que se conoce como polisinodia. Por supuesto, con la preminencia autoritaria de los reyes de la época como bien aprendió Juan de Lanuza a sus expensas, pero cada uno en su casa. Con este entramado territorial tan débil y elemental, España fue una potencia de primera fila.

Paradójicamente, casualidad o no, se fue debilitando a medida que la tensión centralista se hizo más fuerte. Motivo de reflexión para los fanáticos del “cuanto más unidos más fuertes”. En todo caso está claro que nada es eterno y todas las opciones en esta materia son legítimas, lo que tiene claras consecuencias políticas.

En política funciona a menudo lo que se conoce como paradigma de Hotelling (y sus carritos de helado) (*) que deriva, como en las partidas de ajedrez, en una obsesión por ocupar el centro. Esto se verifica a menudo en el espectro ideológico de base socioeconómica: Izquierdas y derechas, para entendernos. Así, si a un partido le da por radicalizar su programa para fidelizar sus votantes más extremistas, corre el riesgo de perder a los más moderados a los que otro partido se acercará, a base de suavizar el suyo, puesto que corre menos peligro de que sus propios radicales sean atraídos por la competencia.

Creo que es lícito pensar que en temas de unionismo /separatismo, como en izquierdas /derechas, no se da tampoco una ruptura neta entre posiciones extremas sino que existe una gran cantidad de tonos de gris (más de cincuenta, claro) así que debería suceder algo similar. Curiosamente, la reacción a la radicalización independentista de Convergencia y Unió ha sido una radicalización españolista con los excesos, de momento verbales, de ambas partes a los que hemos asistido. No es descabellado pensar que, acercándose a pastar en las praderas de Esquerra republicana, CiU deje desasistidos a muchos de sus electores situados en lo que podríamos llamar un nacionalismo moderado: gente que no se siente a gusto en el Estado de las Autonomías y desearía cambiarlo (si es necesario cambiando la Constitución) pero que no desea una independencia total o no se atreve a dar el paso. Incluso gente que aun sintiéndose independentista, en la práctica se acomodaría de un status intermedio.

En el Pais Vasco, ese espacio lo ha llenado siempre el PNV, maestro en combinar un cierto radicalismo verbal con una práctica mucho más pragmática, y a quien la experiencia “Ibarretxe” le dejó claro cuáles son los riesgos de salirse de su ámbito tradicional. No parece que Urkullu vaya a apartarse del guion: “la prioridad es salir de la crisis” ha dicho en su primer discurso tras las elecciones.

En Cataluña, donde CiU ocupaba tradicionalmente ese espacio, ¿Quién podría comerle terreno por el lado del “independentismo moderado”? No el PP, atado a su discurso tradicional y dentro del cual muchas voces reclaman incluso una vuelta atrás de la situación actual, ni UPD o Citadans, manifiestamente más hostiles. La pregunta es si podría hacerlo el PSC.

Pienso que el PSC podría desplazarse hacia el territorio que deja desierto CiU sin excesivo riesgo (su clientela de izquierdas es una cobertura importante) pero eso sería con dos condiciones:

El PSC tiene su propia fractura interna al respecto: La marcha de Maragall es un síntoma. Hallar un punto de equilibrio en un tema tan sensible es difícil. Quizás la solución sea profundizar al mismo tiempo en el discurso de izquierdas que es, después de todo, su seña de identidad.

Pero su gran inconveniente es su percepción como partido “sucursalista”. Es evidente que ningún posicionamiento del PSC sobre un nuevo modelo territorial (federal u otro) será creíble si no va acompañado de un replanteamiento paralelo por parte del PSOE. Para ello es fundamental que el PSOE abandone la memez retórica de eso que llaman “patriotismo constitucional” y que pone el acento en el patriotismo en perjuicio de lo importante que es el constitucionalismo: En realidad no es más que conservadurismo disfrazado.

El Constitucionalismo no es sino la expresión de que en democracia un elemento fundamental es el imperio de la ley y, como ley suprema, de la Constitución. Pero ninguna constitución es perpetua (cómo mantener esto en un país que ha tenido más de media docena, y algunos proyectos más, en un par de siglos) y cada vez parece más claro que la actual está llegando a ese punto en que las costuras empiezan a deshilacharse. Probablemente la arquitectura territorial de la Constitución no será lo único que ha envejecido y es comprensible que dé un poco de vértigo la idea de abrir el melón. No obstante, si el PSOE no da ahora pruebas de valentía, mañana será tarde.

Ninguno queremos una frontera a la altura del Ebro pero eso no se impedirá enrocándose en un texto que ya es viejo.

(*) Este autor pertenece a una corriente que utiliza el análisis económico para explicar comportamientos políticos. La idea es la de considerar el espacio político como un espacio físico lineal (una calle, una playa) en la que operan dos vendedores cada uno con su carrito. Cualquiera que sea el sitio en que ambos vendedores se sitúen originariamente, está claro que cada uno de ellos, viendo segura la clientela que está a sus espaldas, tratará de acercar su carrito hacia el otro para robarle parte de la suya. Al final, más temprano que tarde, ambos acabarán en el centro de la calle. Esto no deja de tener una derivada ya que al estar ambos en el centro y constatar que los dos tienen la misma atractividad para todos los clientes potenciales, es muy posible que acaben desarrollando estrategias basadas en otros criterios diferenciales para captar clientela. La duda es si desarrollando esos criterios diferenciales desde el principio no podrían asegurarse una clientela propia y fidelizada sin necesidad de mover el carrito. Es lo que en economía se llaman mercados de nicho y que algunos partidos políticos practican con relativo éxito.

Ultima modificacion el Martes 23 de Octubre de 2012 15:25
Juan Pedro Escanilla

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