Viernes 23 de Noviembre de 2012 08:50

LA MULA Y EL BUEY

por Juan Pedro Escanilla
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Guardo con mucho cariño un viejo belén que heredé de mi abuela. De estos de figuras grandes, de escayola, realistas (no como las de ahora, que se han convertido en muñecos) y con los desconchones que el paso del tiempo y las sucesivas mudanzas han provocado.

Este belén marcó el ritmo de las navidades de mi infancia, que empezaban el día en que se iba a la plaza mayor a comprar algo de corcho, musgo y polvo de nieve, ofrecían a diario el avance sorprendente de los reyes magos que se iban acercando poco a poco hasta llegar al pesebre el seis de enero, y terminaban con la no menos emocionante ceremonia de envolver cuidadosamente cada una de las figuras.

Temo que en ese escondite de paja y cartón deben estar removiéndose con inquietud la mula y el buey. Y no es para menos. En este ERE teológico que se ha sacado de la manga el Vaticano, ha pasado lo mismo que en tantos otros en la vida real y han sido los más humildes los que se han quedado sin empleo. ¿Por qué no se han atrevido con los reyes? ¿Qué pensaran los corderos, pastorcillos y hasta los soldaditos de Herodes? ¿Serán ellos los próximos?

No sé si se dan cuenta de lo que hacen: Cientos de miles de animalitos que han pasado tantos años posando mansamente para componer el cuadro, se encuentran ahora como soldados desmovilizados, sin saber que hacer de sus vidas. Los de PLAYMOBIL y LEGO supongo que podrán reciclarse en las composiciones rurales que estas jugueteras ofrecen. En algunos casos, las figuras de más valor serán guardadas por sus dueños, incluso algunas llegarán a mercancía de anticuario. En otros, puede que se conviertan en un símbolo de rebeldía de alguna cuasi secta: ¿quién es Roma para decirme lo que yo pongo en el belén? dirán algunos. Pero para la mayor parte de los pobres animalitos, sobre todo los más modernos de goma o plástico, el destino más obvio es la basura y la planta de reciclaje.

No debemos minimizar el impacto del asunto sobre la paz social. Ya en las familias habrá bronca segura entre el abuelo, probablemente de origen campesino, movido por el sentimentalismo, y el yerno, minimalista malgré lui a causa de la estrechez de los pisos modernos. La Iglesia entera corre el riesgo de un nuevo cisma (los ha habido por causas más nimias): Me imagino a los animalistas celebrando clandestinamente cantadas de villancicos censurados; Pasándose sus pequeñas figuras con gestos disimulados y nerviosos mientras escrutan la presencia de posibles espías; Escondiendo sus creencias hasta a sus amigos más íntimos: ¡Pero Paco! ¿has puesto los bichos? ¡A ver si se va a enterar la Santa y te metes en un lio! Hasta los automovilistas de Gerona tendrán que arrancar de sus coches la pegatina del asno para evitar confusiones embarazosas. El único atisbo de esperanza es que quizás los obispos vascos, maestros de la equidistancia, arreglen el asunto poniendo solo al buey y desterrando a la mula.

¿Y los quebraderos de cabeza administrativos? Ya veo al funcionario encargado del belén del ayuntamiento requiriendo a su jefe de negociado: “Se solicita de V.I. resolución relativa al destino que deba a darse a los excedentes de inventario producidos por la descatalogación de las mulas y bueyes titulares y suplentes … etc.” Y al jefe de negociado, abrumado por el contenido político del problema, pasarle la patata caliente al concejal de abastos (si hay bueyes por medio debe de ser él el competente). Después de todo, dirá, para eso lo han elegido. Y pensará melancólico: "En la privada si que lo tienen fácil, ya que gastan de lo suyo y con los muñecos de Cortylandia los chavales se lo pasan pipa a hombros de sus padres, pero en lo público..." Claro, que a lo mejor es la excusa perfecta para recortar el gasto del belén.

Me contaba mi abuela que el buey había calentado al niño Jesús con su aliento, cosa a la que se había negado la mula siendo castigada por ello a la esterilidad. Así que la pareja de animales no son simples elementos de adorno sino que encarnan la presencia constante del bien y del mal que volveremos a ver al final de la vida del Cristo con la presencia de los dos ladrones, el bueno y el malo, de forma que principio y final se vuelven a encontrar, como un guiño de la historia sagrada a tanto filósofo, teólogo y escritor de ciencia ficción encandilado con el mito del eterno retorno.

¿Es que Ratzinger no tiene otra cosa más importante que hacer?

Juan Pedro Escanilla

Juan Pedro Escanilla

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