Bueno, no. No es un post sobre hipotecas, lo siento, otra vez será.
Cuando yo era jovencito, los mozos que venían de fuera a cortejar a alguna muchacha estaban obligados, a poco que la cosa empezara a ir en serio, a “pagar el piso”, es decir, a invitar y festejar a todos los mozos del pueblo. Si no lo hacían, tenían problemas.
Supongo que los antropólogos, sobre todo los sensibles a las teorías de Levy Strauss, pensaran que esta costumbre era una reminiscencia de instituciones como la compra de esposas y otras pautas estructurales que regulaban el equilibrio entre hombres y mujeres en sociedades más primitivas. Es ciertamente posible, pero hay algo más.
A mí me llamaba la atención el nombre de la cosa porque estudiaba en Madrid donde estaba generalizada la división horizontal de los inmuebles por pisos, pero era consciente de que en el pueblo esto no pasaba y las casas, mayoritariamente de planta baja, eran unifamiliares: allí pocos habían visto un piso tal y como yo lo entendía.
Mas tarde supe que en Italia, en los territorios controlados por la Mafia, los comerciantes y otros trabajadores pagaban a los caciques el pizzo, una contribución económica, para que les dejaran en paz.
No se si hay una relación etimológica entre ambas expresiones ni como se ha pasado, si es el caso, de una a otra, pero me parece que el significado social y económico es el mismo en ambos casos. El fuerte, el organizado, le dice al débil: Tu tienes intención de hacer algo en un territorio que yo controlo. No hay problema pero tendrás que pagar si quieres que todo vaya bien. El débil, por lo general, paga o se atiene a las consecuencias.
La extorsión es algo generalizado: Desde el patio del colegio estamos acostumbrados a que el más fuerte, el más cruel o el más listillo abusen de sus compañeros. Esto puede amargarle la vida a más de uno pero solo cuando se hace de forma organizada y sistemática por un grupo de personas podemos pensar que existe una mafia.
Paradójicamente, de alguna manera, Estado y Mafia compiten por el pago del pizzo, el primero en forma de impuestos, la segunda cómo simple extorsión. Las organizaciones políticas pre-modernas se distinguen a veces difícilmente de organizaciones mafiosas cuya arquitectura piramidal basada en pactos de reconocimiento mutuo se asemeja a una estructura feudal. De hecho, los limites entre las organizaciones políticas y las mafiosas son tan tenues que muchas de estas ejercen en sus territorios labores asistenciales y de jurisdicción propias de un Estado. Pero, por supuesto, sin que los ciudadanos controlen el nivel de las exacciones ni el destino dado a esos fondos, que es uno de los elementos básicos de un sistema democrático. La frontera es, sin embargo, tan permeable que en cuanto la democracia se debilita, las mafias ocupan el vacío rápidamente.
Eso no quiere decir que las calles se llenen de cadáveres y de hombres con trajes de raya diplomática y camisa de flores: El sistema de relaciones mafiosas es mucho más sutil que lo que el relativo uso de la fuerza podría hacer pensar. Las novelas y películas nos han enseñado a menudo el lado brutal y espectacular, un poco mítico, de las organizaciones criminales. En la practica cotidiana, difícilmente se les diferencia de hombres de negocios comunes.
Quienes vieron en su día la serie de los Soprano recordarán como Carmela, la esposa de Toni Soprano resolvía sus problemas: Se metía en los fogones, y armada de una tarta bien horneada se iba a ver al director de la escuela que tenía problemas con el niño; al vecino a quien había que pedir un favor; al primo con quien tenía una cuenta pendiente: La captatio benevolentia en estado puro.
Si las cuentas manuscritas que el Sr. Bárcenas ha ido perdiendo despistadamente resultaran ser ciertas, debería sorprendernos la cantidad de tartas que empresas y empresarios han estado llevando a la calle Génova de Madrid durante todo este tiempo y la cantidad de manos que han recibido su parte del bizcocho. Si esto es cierto, lo preocupante no es tanto que la pasta se haya cobrado en blanco o negro o figure o no en la declaración de la renta de nuestros próceres. Lo preocupante es no saber qué conflictos han resuelto esas tartas; qué favores han obtenido; cómo han afectado a la libre competencia; a la unidad de mercado; a la voluntad de nuestros legisladores a la hora de cambiar reglas de juego. Qué efecto sobre nuestra economía; nuestros impuestos; nuestra competitividad; nuestra tasa de paro. Y, sobre todo, qué efectos sobre la legitimidad de nuestro sistema.
Hace muchos años, conocí de lejos un caso un poco surrealista: Un hombre relativamente joven tuvo que hacerse cargo, por la muerte prematura de su padre, de una empresa familiar que contrataba con diversas administraciones. El hombre sabia que, para conseguir los contratos, su padre entregaba sobres con “gratificaciones” en algunos ministerios pero no sabia a quien, ni cuanto: Gracias a las libretas de teléfonos logro dar con los nombres pero por supuesto no podía saber cuanto, así que imagino la angustia de jugador de siete y medio de este hombre que no sabía si iba a pasarse o quedarse corto.
No sé cómo acabó la cosa pero sé que si eso le hubiera pasado ahora, le habría bastado con abrir cualquier periódico para descubrir en las copias de alguna de esas listas, verdadera cartografía de la indecencia, y sin ninguna duda: cuanto y a quienes.